Ojalá algún día se de cuenta...este pensamiento le volvió a asaltar al colgar el teléfono en su garita de portero en aquella casa a las afueras de Madrid.
Cada vez que le saludaba cuando volvía de compras, o cada vez que él, solícito y dispuesto como uno de esos perros labradores de los anuncios, le subía alguna carta o le ayudaba con la compra.
Nada volvió a ser igual desde aquel día en el jardín de la universidad de filología, ella acudía a recoger a su hermana, compañera de suya de clase, cuando la vio...algo se le removió dentro y sintió su olor y el tacto suave de su piel pecosa en la distancia...desde ese día él solo tuvo ojos para ella e hizo todo lo posible para seguirla en la distancia...
Pasaron los años y sus vidas transcurrieron paralelas sin que ella jamás lo sospechase, aquel día en la facultad jamás hablaron, ella ni siquiera le miró...pero a él jamás la olvidó, jamás dejó de soñarla...años más tarde se reencontró con su compañera de clase, y esta como comenta sobre el tiempo le dio la clave...le dijo donde ella vivía y qué había sido de su vida...él no lo dudó ni un instante, estaría cerca de ella sólo para verla y poder cruzar dos palabras con ella...siempre respetuoso, siempre tratándola de Usted pero siempre con su nombre en la boca.
Había conseguido plaza de profesor en esa universidad privada de la sierra donde iban los retoños de la clase acomodada a cumplir con el trámite de estudiar una carrera antes de enrolarse en las elitistas escuelas de negocio a las que fueron sus padres...él estaba harto y lleno de rencor hacia estos cachorros de la clase dirigente...pero tenía su válvula de escape, su pequeña ilusión que vivía en soledad y silencio...
Todo esto pasó por su cabeza cuando ella bajó de nuevo...arreglada ese domingo por la mañana y con sus sonrisa de niña en la cara...él levantó brevemente la mirada de aquel libro de Bernard Shaw...él soñaba con que ella fuera su Henry Higgins...que le enseñara esa vida mejor y más refinada que él intuía...tanto los domingos haciendo el turno de portería en su edificio como en sus clases en la universidad...porque él sacrificó todos sus fines de semana, todos sus festivos para trabajar en aquel portal, con ese pantalón gris y camisa azul característicos del personal de servicio para estar cerca de ella, para no olvidar su olor ni dejar de imaginar el tacto suave de aquella piel blanca y pecosa...
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