El viernes pasado me metí un madrugón para coger tres aviones a lo largo del día. El primero despegaba a eso de las 8 de la mañana por lo que al estar la seguridad como está, y no es una queja puesto que lo hacen por nuestro bien, llegué hora y media antes al aeropuerto para facturar y hacer todos los trámites.
El avión iba casi lleno, como siempre. Después de un corto vuelo tuve una larga escala para coger el segundo vuelo que me llevó a un aeropuerto más grande y mejor. Menos mal que tengo la tarjeta de Priority Pass y las esperas son más llevaderas.
Cuando era la hora del embarque me puse en la cola obedientemente y me puse a mirar a la gente y a imaginar de donde vienen y a donde van como suelo hacer siempre para matar un poco el aburrimiento. En ese vuelo casi nada especial. Gente que volaba de vuelta a casa después de viajes de negocios, algún emigrante que volvía cargado de regalos y un grupo de americanos con cara de alucinados y su siempre presentes botellas de agua.
Otro vuelo sin incidencias y hasta la corcha.
Al llegar al aeropuerto de destino empezó el jaleo. La gente pudo tardar media hora en sacar todas las bolsas del avión...creí que el equipaje de mano estaba limitado pero parece ser que es solamente para mi...a hacerse fotos en el avión y demás...la sala de espera de las maletas era un caos. Habían llegado ya varios aviones juntos y aquel pequeño y tórrido aeropuerto estaba desbordado. Menos mal que no había facturado al ser un viaje corto y solamente llevaba el trolley de mano.
La puerta de la sala de espera era como la de cualquier aeropuerto del tercer mundo. Familiares a ambos lados de la pequeña abertura que daba paso al vestíbulo de llegadas estirando el cuello como jirafas y esperando atisbar a los que llegaban o a los que esperaban y sin importarles bloquear la salida.
Tras atravesar la marea humana salí a la calle...bofetón de calor...y cola de unas 100 personas para el taxi, coches aparcados en segunda fila y más barullo. Los taxis llegaban de tres en tres...y cuando me tocó el mio no me quiso aceptar como cliente porque hablo el idioma local y no me podrían timar. Cogí el siguiente a pesar de las grandes voces del taxista original.
Tras una carrera corta por fin llegué a casa, al centro de Sevilla después de un día de dar vueltas por España.
Moraleja, el aeropuerto de Sevilla es tercermundista.
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