28 de septiembre de 2007

Suerte.

Aviso a navegantes. Este post es cursi, ñoño y está lleno de sensiblería barata.


Pensé escribirlo hace unos días en Addis Abeba camino de la finca de un cliente pero después de este viaje en AVE, escribo en el tren, he pensado en variar un poco su enfoque.

Todos nos quejamos de lo achuchá que está la vida. Todos vamos con el reloj marcando el tiempo de nuestras vidas y hacemos un mundo de pequeñas cosas que, en realidad, carecen de la más mínima importancia.

Todos, sobre todo yo, “necesitamos” tener el último juguete. Yo llevo la mochila como una tienda de electrónica. Nos quejamos de que ganamos poco, de que no llegamos y que ya podríamos ganar más que así no hay quien pague las copas, la ropa, los cines, la casa, la luz, el agua corriente, la letra del coche, el pupilaje de los caballos...

Hay millones de personas en el mundo que serían sumamente felices con la décima parte de lo que a nosotros nos sobra, incluso con menos.

Niños sin ropa, madres de 16 años que tienen ya 4 criaturas que alimentar y trabajan la tierra, venden estacas de eucalipto y cualquier cosa con tal de dar algo a sus hijos. Y no hablemos de vestirles todos los años o comprarles zapatos.

Pues bien, cerca de nosotros hay gente que lo está pasando realmente mal. Gente con una vida de película. Y ha sido una película la que me ha animado a cambiar este post. La vida de Cándida Villar es todo un poema tragicómico. Nos reímos de su peculiar forma de hablar pero el fondo nos conmueve. Quien haya viajado en el AVE en su clase Preferente o Club sabe de la tontería que suele inundar el vagón: “me alegro de verte”, “venimos de Madrid de hacer un trato estupendo” (aquí escupir cuando se pronuncia la “t”) pero el ambiente que hay en el vagón cuando ha terminado la película era completamente opuesto. A más de una persona se le han corrido lágrimas viendo la película. En el AVE. Con el vagón lleno. Mientras comía y tomaba una copita de sobremesa.

Esta mañana he visto a una persona que tiene una vida como la de Cándida, o peor. Se trata de Sarah, la persona que nos cuida a mi hermana y a mi en Madrid. Es una inmigrante marroquí con un hijo mayor que ha pasado varias veces por la cárcel, un marido maltratador y polígamo y un hijo pequeño que lleva el mismo camino del mayor. Pero no tiene que ser necesariamente alguien que tiene más papeletas que tú para tenerlo jodido en la vida. Puede ser tu jefe, tu compadre o tu marido o tu novia.

Lo más fácil es lavar nuestra conciencia, yo soy el primero en hacerlo, contribuyendo a obras sociales, ONGs y demás. Por lo menos algo es algo.

Desde aquí os animo a que cuando preguntéis a la gente “¿cómo estás?” realmente tengas interés y comprendas sus padecimientos, más si se trata de gente que debe enfrentarse a montañas en la vida que para nosotros no son ni siquiera pequeños montículos.

Y, algo es algo, colaborad con esos organismos. Yo colaboro con este y con este otro. Algo es algo

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