7 de noviembre de 2007

Intro.

Este es el prólogo a un pequeño escrito que tengo hecho...pero que no creo que vea nuna la luz.

Bueno, empiezo ese amago de escrito auto analítico una noche de incertidumbre y tristeza.
La incertidumbre es compartida por la gran mayoría de las personas y mira hacia el futuro. La tristeza viene del pasado y es íntima, personal y desgarradora.
Así es. A pesar de ser una persona que, a primera vista, tiene y lo ha tenido casi siempre todo al alcance de la mano o de una llamada de teléfono soy alguien básicamente triste.
Triste por las oportunidades perdidas en los 33 años de mi vida. Triste por la gente que echo de menos. Algunos se fueron por ley natural. Otros se fueron porque la vida es así y algunos porque yo les obligué a marcharse de mi.
Algunas de las páginas de este libro ya están escritas cuando lo comienzo. Algunas las escribiré en momentos de alegría. Todas las escribiré cuando esté triste. Triste.
Como todo “escritor” aficionado tendré fallos, expresiones poco naturales y recurriré a clichés para salir del paso en muchas ocasiones. Ruego vuestra comprensión y caridad cristiana para conmigo puesto que el principal motivo de plasmar en palabras lo que pasa por dentro de mi es la necesidad de que la presión escape y sentir que la vida es menos gris, menos puta y más bonita.
Estas páginas se empiezan a escribir, como ya he dicho, en una noche triste. Una noche de amarga soledad, en una ciudad que no es la mía, ninguna de mis tres ciudades, en un país que no es ninguno de mis países y en una cama que, lógicamente, no es la mía y haciendo algo que esta noche no me importa. Hace nueve días envié un correo que buscaba cerrar una etapa de mi vida llena de momentos tristes y con algunos momentos de enorme belleza y complicidad que compensaron con creces aquellos.
Pensaba, torpe de mi, que la persona a la que envié el correo electrónico , mi amiga y confidente, lo había leído y eligió no contestar en vista de lo que en él escribí. Eran palabras de despedida. Una despedida amarga y despechada con ciertos tintes de rencor pero con un agradecimiento que se escondía en el fondo del correo. Un vacío como los que solamente nos pueden llevar a sentir furia, furia, furia, en lo más carnal de nuestras entrañas. Ahí donde están los sentimientos más primarios pero también los más sinceros, los más puros y viscerales. Esos sentimientos que nos hacen sentirlos más física que emocionalmente. Ese vacío que duele, ese vacío que nos produce congoja y ansiedad...ese suspiro que nos saca la vida de los pulmones.
Siete días después de enviar aquel correo maldito, aquel ejercicio de odio, no pude resistir más la angustia, el vacío, la soledad y la pena y envíe un mensaje corto a su móvil con tan solo una palabra en inglés

“HURTS”


La respuesta era un reflejo de ese dolor pero también era una puerta abierta a la esperanza. Una puerta que no dudé en atravesar, un hueco por el que no tardé en colarme.
En el fondo, lo que estáis leyendo es fruto de la soledad, hijo del sentimiento de abandono y desamparo que se siente cuando se pasa tanto tiempo fuera de casa y en lugares extraños que nos dan tiempo para reflexionar.
El paisaje de estas líneas es el de una habitación de hotel como pudiera ser cualquiera en el mundo. No es bueno tener tanto tiempo para comerse la cabeza.

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